Alguna veces, cuando los días nos dejan solos huelo la sal de tu ausencia y presiento el murmullo de tus secretos que se petrifican en la roca. La mirada naufraga entre las olas, allá por el atardecer, cuando el Sol acaricia el horizonte y tu rabia contenida se adormece. Entonces, me abrazas para sentirme isla, prisionero de tus orillas, libertad adherida al azul inmenso. Cierro los ojos para navegar en las noches por los mares de espinas, cuando la luna siembra su velo en el aleteo de luz surcado por la estela de los viajeros por donde se esparcen sus sueños. Somos peces secos, jareas de alma marina, que arrastran las corrientes para buscamos en las orillas: esclavos, piratas, bucaneros y polizones; hombres y mujeres de maletas vacías, cruzadores de charcos de sueños rotos. En el fondo descansan nuestras derrotas, tumbas de sirenas y sus cantos, viento que se vuelve brisa aletargada cuando se pierde la última batalla. H
Los ojos más bellos que horadaron el tiempo se han dormido en tus manos y la cama vacía se ha acurrucado de sonrisas heridas, de miradas perdidas huérfanas de ti. El aire ha dejado de respirar y se ha impregnado de miedos, de temblores que trepan por las piernas y sacuden violentamente el alma, fuego abrazador que aletea, sudor amargo que ahoga, marea que borra las estelas. Hoy los relojes han perdido la fe y las hojas de un nuevo otoño deambulan sin saber qué hacer. Hoy puede que siempre lo sea y el pulso a la vida se llena de rabia como una traición que se canta en una nana.