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Mostrando entradas de octubre, 2011

Sin nombre

Tus dedos dibujan letras en su cara, mientras sonríes siguiendo su mirada que se agarra a la vida estéril y seca asiéndose a tu cuello para no caer en el abismo, buscando leche en tus pechos de piel y llanto, encarándose ,malhumorado, a los minúsculos buitres que lo acosan y muerden sus labios y sus ojos mientras él los golpea con su rabia. Escribes sobre su piel nombres impronunciables porque sabes que apenas podrás usarlo ni siquiera para  llamarlo cuando agonice ni siquiera para seguir su rastro. No necesitará mares  para contemplar la belleza, ni frondosos bosques para exaltar el espíritu solo sentirás un suspiro y lágrimas de alegría al recoger el polvoriento mendrugo, un grito de emoción cuando la sed se alivia, Y nosotros nos volveremos ciegos como él para no vernos ni reconocer su olor fétido en los basur eros.

Desayuno familiar

E ra un día nublado, pero en el interior de aquel hogar siempre daba la impresión de  que resplandecía el Sol durante el fin de semana, y que se extendía un cálido ambiente adormecedor. Como todas las mañanas del domingo, la joven pareja se parapetaba, con sus dos hijos, frente al televisor, aún en pijamas y abrigados con numerosas mantas, mientras los pequeños, como dos cachorrillos,  se empujaban  buscando el calor de sus padres, que los abrazaban y acariciaban mientras ellos no paraban de jugar hasta que comenzaban las noticias. Era el programa  preferido de toda la familia, que provocaba que se excitaran nada más oír la música  de cabecera, manteniendo toda su atención y concentración.  Marta  hacía un intento de levantarse para ir a preparar el desayuno, pero sabía que Jose  la retendría para ofrecerse él. No le importaba, le encantaba mirarlos tiernamente desde la cocina, que quedaba abierta al salón por un gran ventanal y a la terraza, desde donde se divisaba el frondoso

Los hombrecillos

D icen que los grandes seres que gobiernan el mundo, a veces, se reúnen en secreto en algún lugar del espeso bosque. Llegan desconfiados y temerosos de que los descubran, recelando de los otros, mostrándose hostiles y agresivos, como si tuvieran miedo. Cuando rebasan la puerta principal, se quitan sus pieles y se descubren, para luego salir del interior de sus titánicos cuerpos unos miserables hombrecillos desnudos, temblorosos y asustadizos, de grandes ojos que sobresalen de sus pálidos rostros enfermizos.  Ya en el interior de la humilde casita de madera, bajan por una larga rampa, moviéndose torpemente, chocando unos contra los otros y emitiendo pequeños gruñidos, como si fuera una manada de ratas desorientadas. En la oscuridad, el silencio parece adormecerlos hasta que se oye la débil voz de uno de ellos, que inicia una especie de plegaria que repiten los demás intermitentemente, provocando un murmullo que se vuelve ensordecedor a medida que rezan cada vez más rápido, casi