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Mostrando las entradas etiquetadas como Narrativa

Tras la sonrisa (IV)

Las filas de los pasajeros que estaban facturando, iban desapareciendo poco a poco, y los últimos taxis llegaban de forma apresurada, dejando a sus clientes, que, histéricos, gritaban entre sí, y corrían, sin poder cargar las pesadas maletas. Juan era de esos hombres que pasan desapercibidos, de los que están para hacer bulto o acompañar a “alguien”. En realidad era una especie de “nadie”, que por casualidad tenía nombre, aunque, éste era como el tercer apellido de su esposa. Parecía estar luchando con la pesada y vieja maleta, que intentaba escapar, quizás acomplejada por no tener ruedas como las demás. Mientras tanto, Victoria Eugenia de todos los Santos, lo golpeaba, con su abanico, sin dejar de gritarle lo incompetente que era y los malos augurios que le esperaban. Juan y los burros de su pueblo se diferenciaban en la camisa de manga larga con cuadros verdes y los pantalones grises que llevaba, sin embargo, el trato recibido no era muy distinto. Victoria Eugenia era una respetable

Mi abuelo Antonio (IV) (último)

Los que nacimos en el tardofranquismo , y descubrimos la adolescencia en la Transición democrática, fuimos sorprendidos por un estallido de sensaciones y emociones agridulces después de años vagando en tardes tibias. Las nuevas ideas nos inundaron, sin poder abarcar tantos cambios. Las imágenes se superponían, acribillándonos a bocajarro . Como un terremoto los “buenos” se precipitaron desde los altares y ya nada sería como antes. Nos rebelamos, cada hogar se convirtió en una guerra civil, y surgieron cementerios de ideas caducas para reinventar todos nuestros recuerdos. Mi abuelo rebozaba de felicidad cuando leyó aquella carta. Casi un año más tarde reapareció mi tío Ramón, llegó en los últimos convoyes que lograron escapar de un frente que se desplomaba, la guerra se perdía, pero eso ya daba igual. Cuando llegó definitívamente , fue recibido como un héroe, también, se convirtió en un salvador. El dinero que trajo se empleó en medicinas que alargaron la vida de Isabel. Mi tío Ramón

Mi abuelo Antonio (III)

Los años siguieron pasando, el tiempo, igual que la luz cambiaba las formas. Cuando dejé de ser niño, llegó el momento de que me explicaran algunas cosas, o las mismas, pero de otra manera. Mis padres, junto a los familiares que nos visitaban, se volvían hacia nosotros, sus hijos o sobrinos, para convertirnos en cómplices de sus secretos, que contaban entre risas y “fiestas”. Fueron en esos años cuando aprendimos a admirar y querer más a aquellos familiares y conocidos, que se mantenían casi como ausentes, marginados e imposibilitados por una vida que se volvía decadencia para ellos. Descubrimos, en ellos, a verdaderos héroes y heroínas, aventureros, artistas anónimos e ingeniosos personajes. Sin embargo, otros parecían renacer o revivir esos gloriosos momentos, y por un instante perdían la sordera, para no perderse un detalle de las conversaciones , que, siempre, empezaban contándose casi en silencio, para terminar en una explosión de carcajadas. Era cuando los personajes, aún vivos,

Mi abuelo Antonio (II)

Me gustaba ese pasado empaquetado en la caja de galletas, la memoria colectiva de varias generaciones; el olor del papel amarillento, aquellos peinados y sus ropas, como posaban, sus expresiones graves, solemnes, a veces tristes, otras alegres. No era difícil distinguir la antigüedad de aquellos trozos de papeles, desde las más recientes a las más antiguas, como si me sumergiera en un pozo, recorriendo aquel pasado, cada vez más oscuro y misterioso: Aquellos chicos peludos y esmirriados, arracimados en la arena de la playa en torno al padre bigotudo y la madre “ apañuelada ”, la estampa típica de los años sesentas, donde bullía abundancia, después de tantas estrecheces, y una nueva luz vigilada se plasmaba en todas esas fotos; el banquete nupcial con sus protagonistas, algunos uniformados, con cierto aire de satisfacción, de cuyos ojos brillaban un cierto orgullo en medio de tanta sombra, la mesa sobria, con lo indispensable para rozar el nombre de banquete, posando como si fuera p

Mi abuelo Antonio (I)

Tras las telarañas, el recuerdo se hace borroso, y las imágenes se deshacen en un ambiente turbio, casi incoloro, nos agobiamos intentando recomponerlas , pero se van desprendiendo, poco a poco, pegajosas, mientras el movimiento parece derretirse, sin que podamos hacer nada para evitarlo. Sin embargo, a veces, como si de un claro del espeso bosque se tratase, vuelvo a encontrarme en el suelo de aquel salón, sacando de la caja de galleta aquellas fotografías tan antiguas, que dejan rastros de múltiples vivencias: fotos solemnes, bodas, bautizos; fotos de familia, padres, primos lejanos y tantos otros que esconden mil historias felices y desdichadas; fotos rotas por la mitad que recuerdan despedidas para siempre, fechas, firmas y letras derramadas que nos cuentan y confiesan cuando les preguntamos, como si fuera un interrogatorio. Un matasellos marca la cara de aquel hombre y leo “La Habana”; dos militares abrazados y leo “Regimiento del 52”; una familia enlutada con muchos hijos… La may

Tras la sonrisa (III)

Siempre coqueto y elegante, brillante y ocurrente, le gustaba vestir su alto cuerpo erguido y delgado, con vistosos trajes y coloreadas corbatas. Su repeinado pelo enlacado y teñido de rubio intenso, luchaba por esconder las pérdidas sufridas en tantas batallas. La sirena del barco, con el pretexto de saludar al pasaje, trataba de despertarlos para convencerlos de que aquello no era un sueño. Una sonrisa se iba apoderando de aquellos tristes seres, a medida que entraban en las entrañas del barco de la felicidad. Eran como almas ligeras, que abandonaban sus cuerpos fatigados en el otro mundo. Incluso a Isabel, sin darse cuenta, se le deslizó una sonrisa, que de golpe le quitó diez años. Nadie diría que acababa de jubilarse, ni que su difunto marido la dejó de acompañar a todos lados el seis de enero de ese año, como si se tratara de un regalo de mal gusto. Desde entonces, su dulce hija, Yeni, intentaba consolarla y distraerla todo lo que podía, sin lograrlo. Su vida siempre había girado

El bulto (V)

Ya se que soy pésimo con las matemáticas, nunca entendí las ecuaciones de segundo grado, ni la importancia que pudiese tener. Siempre creí que eran inútiles, y una majadería de los profesores, hasta ahora. La moneda seguía en el aire dando vueltas sin parar. Mis pasos temblorosos se preguntaban quién o qué podía ser aquello, mientras recordaba la imagen de Montse escapando de mis brazos. Al menos los cerditos , ranitas y fantasmas no entraban en la ruleta, o eso esperaba. Y mis pasos seguían llevándome con ellos, sin yo querer. El bulto parecía crecer y mi temor con él. No me atreví a tocar aquella cosa, irreconocible , empaquetada en mantas, como si fuese un regalo impredecible. Bordeé la cama, hasta el otro lado, sobre el que se recostaba, y adiviné un rostro que a duras penas sobresalía. Me acerqué, con cuidado, con miedo, temiendo algo, que a lo mejor ya sabía y lo miré: ¡¡era él!! Quiero decir: ¡era yo! ¡¿Cómo él podía ser yo?! Bueno, dejémonos de ecuaciones” –pensé. Era joven

El bulto (IV)

Peggy estaba tan fuera de sí que la tomaba con todos los allí presentes. -¡ Montse , no te rías que mí no tener gracia! –Le gritó, con su peculiar acento británico, a la chica X , haciéndole perder la incógnita. -Perdona Catherine , es que no me esperaba tu reacción ante tal acto romántico – dijo Montse para volver a reír. - Aaah , no…? ¿Tú que haber hecho si ser yo? –Le preguntó Catherine , sin esperar que la catalana se ruborizara. - Puess …, no sé, a lo mejor estoy a tiempo de hacer lo mismo –Dijo con una mirada afilada y amenazante, pero con sonrisa divertida. A mí se me ponía una sonrisa de tímido corderito indefenso, a medida que Catherine se iba acercando hasta donde estaba yo. - Uff , Jose que mal te veo, –Dijo Musculitos – no te imaginas de lo que es capaz de hacer mi hermana –añadió el enlutado hermano. -¡ Aaaah es tu hermano! –Dije, casi gritando de alegría, y todos volvieron a explotar de risa. Mi reacción les resultaba absurda e inesperada. Montse celebró mi ocurren

El bulto (III)

Cuando llegué a la cocina, maniatado por pensamientos confusos, la encontré de espalda, junto al fregadero haciendo no sé qué. Su silencio y su indiferencia a mi “Hola…”, que salió vacilante y tímido de mi boca, como queriendo decir: “te buscaba, pero no se que decirte”, me dejó abatido. Decepcionado me senté para no dejar de contemplarla. Su largo pelo ondulado, de color castaño, con reflejos más claros, se extendía sobre su camiseta azul, que a duras penas cubría sus culottes rojos. La camiseta disimulaba un cuerpo llenos de curvas que daban forma a aquella delgadez. Su morenas piernas parecían fuertes y contorneadas como un balaustre. Lo que quiera que estuviese haciendo con sus manos se reflejaba en su atractivo trasero, que parecía equilibrar los movimientos de sus miembros superiores. De repente, su cuerpo pareció temblar, como si hubiese recibido una descarga eléctrica. Pero era un temblor sensual y rítmico que se extendía desde su cabeza hasta los gruesos calcetines rojiazule

El bulto (II)

Mientras avanzaba, sin saber por qué ni a dónde, como si fuera arrastrado aguas abajo, mis ojos se abrían de vez en cuando, deslumbrados por las grietas de luz que surgían de algunas ventanas. Nuevas arcadas me recordaron que teníamos que llegar a puerto lo antes posible, sin embargo, las numerosas puertas que había a lo largo del pasillo, y que parecían desdoblarse por momentos, no advertían al navegante de ser un destino seguro. ¿Qué oscuros secretos se ocultarían tras ellas? ¿Qué extraños seres serían sus moradores? En forma de fantasmal barco pirata, avanzaba inseguro, tropezando, de vez en cuando, con los témpanos de hielo, en forma de mesillas adosadas a la pared o de algún que otro objeto no identificado . Al final del pasillo, la puerta entreabierta invitaba a entrar. Al asomarme vi una amplia cocina, levemente iluminada por la luz de una ventana, y dentro de ella una discreta puerta que anunciaba ser el baño. Esperanzado me abalancé sobre ella y la abrí con cuidado. De la osc

Sin él

Cada mañana moría al abrir los ojos, y como una luz vertiginosa se hundía en los abismos más tenebrosos, entonces permanecía allí sin que nada le afectara por algún tiempo, al menos hasta que comenzaba a recordar. -“¡Hola Pablo!” –Oyó decir, y su visión se fue haciendo cada vez más nítida hasta emerger a la superficie. -¡Preciosa! –Exclamó sorprendido- ¿Qué haces tú aquí? -La sonrisa de su joven sobrina se balanceaba como un andamio ligero que cuelga en las alturas. Era tan pequeñita cuando llegaron a España…, y sin embargo, se había convertido en toda una mujer. De su morenez brotaba el brillo de sus dientes y de sus ojos color café. Marcela había llegado desde Madrid exclusivamente para verlo y atenderlo, era el único cordón umbilical que lo unía a su reducido grupo familiar en España: La madre de Pablo, envejecida y enferma, de tantos sinsabores, de tanto huir sin esperanzas, compartía, a trozos iguales, ternura y amor con su hijo y su hija, de distinto padre, a los que ya les ha

Lo presiento

Sé que está ahí, lo presiento, pero algo de nosotros lo retiene, como si fuésemos nuestros propios censores. Nuestro cuerpo y nuestra alma, igual que se nutren y crecen, también, producen desechos, que tratamos de esconder avergonzados , como si no fueran nuestros, como si nos avergonzáramos de nosotros mismos, apresurándonos a evacuarlo de nuestro interior por la puerta de atrás, a altas horas de la noche, cuando ya nadie nos ve. Solo queremos mostrar al mundo una parte de nosotros, la parte más bella, delicada o sensible que fabrica nuestra mente o nuestras manos, para ser aceptados por los demás, quizás, por nosotros mismos. Pero, cuánta basura producimos, cuánta diarrea mental se acumulan en nuestro interior cuando se descomponen nuestras ideas y los pensamientos se vuelven confusos, perdiendo la solidez necesaria. Es entonces cuando no aguantamos más y cunde el pánico. Los ríos de tinta se confunden con los chorros que producimos y, cuando los leemos, nos avergonzamos de su olor

Pensé

Y pensé, alguna vez, que la realidad esta hecha de razones, de esferas perfectas, calculadas por fórmulas exactas, en las que las dudas se esconden temerosas, hasta que son cazadas en pleno vuelo, cayendo al suelo en el momento esperado, por el peso de la gravedad, y se petrifican en leyes irrefutables; que las secuencias ordenan un mundo aparentemente desordenado y los pensamientos son construidos bioquímicamente , cómo las lágrimas o la risa, resultado de emociones básicas aprendidas en los primeros pasos de la vida, predecidas por psicólogos y pediatras. Y pensé todo eso mientras oía sonar un violín repartiendo ondas en el aire, mezclándose con las notas de un piano, y esa poesía inesperada, delicada como el cristal, transparente, sin dejar de ser sobria; esas líneas de palabras que te cortan hasta atravesarte, y oyes la palabra amistad de alguien que no conoces, y tu nombre colgado en un árbol, no importa que sea cursi, tampoco importa que las esferas sean perfectas, pero siento,

Memorias

No sabría explicar como ocurrió todo, ni tan siquiera en que preciso momento sucedió, tampoco recuerdo cómo era ese extraño lugar. El tiempo no nos deja ver más allá de su sombra y es posible que, ya, haya transcurrido demasiado desde entonces. Pero esa idea me da vueltas y vueltas sin parar, y no puedo concentrarme en otra cosa. Antes, al menos, era capaz de distinguir las sombras, de las nubes grises, de la oscuridad de la noche; el frío del calor, pero ya..., ya no. Los silencios me asustan, es como un túnel largo y oscuro del que pueden surgir los extraños seres, que caminan vacilantes, como si estuvieran a punto de desvanecerse, pero en realidad nos acechan, lo sé. Hay que estar atento, nunca puedes cerrar los ojos, si lo haces te atacan despiadadamente, a la vez que gritan enfurecidos: “¡agüelo, agüelooo!”. Si al menos pudiese recordar…

Historias de nosotros

Dicen que después de todo aquello las cenizas cayeron cubriéndolo todo. Pasó mucho tiempo hasta que una tenue luz fue surgiendo en la oscuridad, que se fue haciendo cada vez más intensa, en medio del viento y el oleaje, rompiendo el techo plomizo, y dejando al descubierto un inmenso cielo azul, cubierto de noches estrelladas y amaneceres radiantes. Las olas mecieron las semillas hasta que germinaron pariendo vida. Las raíces rompieron la piedra y en los bosques surgieron sonidos de las hojas, balanceadas por la brisa y del murmullo del agua, que pronto se fueron confundiendo con otros ruidos hasta que se oyeron los primeros gritos. Los simios se contaban viejas historias con sus miradas, desde que fueron expulsados del paraíso, y cuando descendieron, temerosos, comenzó la gran aventura. Las áridas tierras se helaron y, en las acogedoras cuevas, ratas y cucarachas se convirtieron en convidados de aquellos seres. Cuando todo pasó volvieron los ríos, donde nacieron los dioses y los héroes

Reflexiones

No me gusta tú cara. Pareces un machista prepotente que intentas evadirte de tus putas frustraciones, mientras te sacas esa mierda entre los dientes y acribillas con tu asquerosa mirada irreverente a la chica, que está al otro extremo de la barra. Son las once de la mañana y me tomo una cerveza. Sé que termino de trabajar a las dos de la tarde y me da igual. Los perros, de distintas clases sociales, pasan con sus mascotas. La viejita mira de arriba abajo al joven, que mea sin pudor al lado del contenedor de la basura, y lo maldice en silencio. Unos metros más allá, su perro se caga en toda la acera, sin que ella se inmute. No se para y sigue. El sevillano también bebe. Tiene dos hijos pequeños y desde hace diez meses no consigue trabajo. Está preocupado, el Betis ha vuelto a perder. La chica del otro lado está incómoda, sabe que la miran y se ha dado cuenta de que su pelo planchado se ha desordenado, por culpa del ventilador que está tras ella. Mis pensamientos fluyen deshaciéndose

Tics

Sus grandes ojos tenían un brillo especial. Un brillo que se prolongaba en el tiempo, cuando conoció a Jose hacía cinco años. Entonces, aún, los años no pesaban y la vida resultaba ligera. Mensi siempre había sido despistada, era una tradición familiar que se respetaba de generación en generación. Recordaba en la cocina, mientras ordenaba las tazas de café por colores, en ordenadas filas, como si se tratase de una jura de bandera y con las asas siempre hacia el exterior; aquel día en que conoció a quien sería su marido. Cuando habló con él por el móvil por primera vez no entendía como podía haber puesto su número, en vez de el de él en su billete electrónico. Sus labios dibujaban una cierta sonrisa que el tic nervioso trasformaba en una expresión de asco. La pulcritud de Jose es lo que más llamó la atención de la madre de Mensi cuando lo conoció: “Qué limpito parece ese chico”, a la vez que Mensi reía sin ningún tic. La silla parecía un ejecutivo espantapájaro, abrigada por la impecabl

Andama, la reina mala (X)

Como si fuera un sueño, una neblina de polvo recorría el barranco, que se desprendía de las grandes paredes, que ahora quedaban atrás, para abrirse en una inmensa llanura, queriendo abrazarse al mar, que ya se divisaba a lo lejos. El millar de cabras invadía las tierras bajas, como un carnaval de intensos olores. El canto desafinado de las hembras, que replicaban, a modo de coro, la llamada del macho, llenaba el espacio, como lamentos burlescos de una murga embriagada. El aire se espesaba con el olor penetrante de los animales, que salpicaban el paisaje con sus colores amarillentos, ocres y marrones, rompiendo la monotonía de las piedras grisáceas del barranco y el verde de los balos, tabaibas y ahulagas. Acostumbrados a las tierras altas, en el llano los pastores se sentían vulnerables, indefensos ante cualquier peligro. Los achicaxnas que trabajaban los campos de cultivos lo respetaban, sabían que eran muy habilidosos en el manejo del palo y el garrote, eran orgullosos y a veces sobe

Recuerdos

Sabía que a su padre no le gustaba verlo llorar, era un hombre y los hombres no lloran. Sus lágrimas eran espesas, como la vida que dejaba su madre tras de sí. Una vida de silencios resignados tras cortinas, encerrada en una casa sin calor, tumba irrespirable sin flores. Los colores de sus ojos, azul y pardo, que tanto había llamado la atención en el pueblo, parecían, ahora, derretirse y descolorarse , inundando las pecas incrustadas en su blanca piel. Sus cuarenta dos años surcaban su rostro sembrando un odio entumecido por la frialdad de la vida que le cayó en suerte. Frente a él, un padre acostumbrado a serlo . De mirada certera, de gatillo fácil, orgulloso de matar moros en la Guerra de Marruecos, a los que contaba junto a las cabras que había desgollado sin diferenciar los unos de las otras. El Macho del Bailadero Hondo, moreno de cuerpo y alma, amaba más a los animales que a sus semejantes, al fin y al cabo, sus más de seiscientas cabras le daban un nombre respetado entre aque

¿Sabes...?

¿Sabes..? Creo que nos necesitamos. Somos inseparables. Sé que pronto te irás con otros o con otras. Pero ahora eres mío, o mía, da igual. Por unos segundos, o algo más, si hay suerte, estarás unido, o unida, a mí, y ya será para siempre, como un trocito de eternidad. Algo de mí se colará por tu mente escondiéndose como los gusanos hasta morirse en soledad, sin que te des cuenta, sin que eso te importe. No creo, pero siempre hay una posibilidad de que ese gusano inútil, dispensable, aleatorio, preñado de ideas y formas caprichosas, por no decir estúpidas, reviente entre capilares y tejidos nerviosos para derramar miles de larvas por todos los lados, produciéndote un cosquilleo de vez en cuando. Entonces, te darás cuenta que estoy dentro de ti. Sujeto, alerta ante cualquier temporal, agarrado con uñas y dientes para no perderte. Lo sé. Yo mismo estoy plagado de esos bichos tan incómodos y no paro de rascarme. Nunca aprendo, ya me lo habían advertido pero no lo puedo evitar. Es como pro