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Cuando cerré los ojos

Cuando cerré los ojos dejé de oír sus gritos ahogados, los que encogen el alma  cuando el miedo revienta cuando el dolor se desangra. Primero la zarandearon y la insultaron luego violaron a mi hermana, la tuya, la que siempre paga. Destrozaron la vieja tele  y sus cristales cayeron como lágrimas,  cayeron las cortinas rojas sobre el suelo y el suelo se llenó de golpes y de sangre. El aire se tiñó de lamentos, el amor de odio el refugio en tumba el grito en llanto. Cuando cerré los ojos las huellas se borraron. El viento sobre la arena, La piel quemada, los tambores de guerra la tierra mutilada. Cuando cerré los ojos hundieron sus uñas en el mar de sangre negra, de peces de plástico, de gaviotas sin plumas, de piel acerada. Y sus carnes podridas de oro, fueron devoradas por rostros buenos, por rostros malos, los que salen en la tele, los que siempre salen cuando cerramos los ojos, cuando apagamos l

El vecino de abajo

    S us pasos acariciaban una alfombra de mentiras, rompiendo las hojas secas del otoño cuando el aire se manchaba de frío. Esa mañana, cerca de Gloucester Road, donde se levantaba su imponente casa victoriana, sus labios perfilaron esa sonrisa que acoge a los seres que parecen flotar en la autosuficiencia: una vida confortable sin sobresaltos, como una zona ajardinada que aseguraba su tranquilidad; una familia perfecta y ordenada en torno a una moral recta y a unos principios sólidos. Su bienestar descansaba en el bien común, en la ayuda al prójimo, y todo aquello que te permite dormir sin  quebrantar tu conciencia. Ya en su casa, tras acariciar a su viejo West Highland White Terrier, que corría a recibirlo, dejaba el abrigo en el perchero de la entrada  y se ponía cómodo. En el salón encontraba a su mujer tomando el té  y sus hijos bajaban a saludarlo para luego seguir con sus quehaceres. Tras excusarse, iba a la cocina donde preparaba rápidamente una especie de sopa muy líquida
Las mareas En las mareas, donde anidan el tiempo perdido, la cobardía de vivir se va deshaciendo lejos de la maleta que persigue la mirada cuando los pasos mueren sobre una alfombra de mentiras. En las mareas perdemos los recuerdos viajando por los mares de espinas dejando un reguero de huellas sin pisadas que juran el retorno sin lamento cuando las madres reposan en la ausencia  y sus hijos anidan en sus tumbas. En las mareas los años deambulan mendigando horizontes nuevos que conquistar en un mar prestado  sin caricias de sombras indoloras donde hundir las raíces ahogándonos en la podredumbre cuando sabemos que todo está perdido pero incapaces de dejar el juego.

Ataud

S e acercó sigilosa, despacio, engañando al tiempo para retrasar la despedida, el último adiós, el beso en sus labios fríos, el fin de una historia como cuando se pasa la última página antes de cerrar el libro. Sintió como sus fuerzas flaqueaban. Sus piernas, incapaces de mantener su cuerpo, provocaron que sus manos se apoyaran en la fina madera del ataúd  y sintió, entonces, su suavidad, como una tierna caricia que la reconfortó hasta provocarle una sonrisa. Se excusó en su abatimiento para rozar sus mejillas sobre la tapa de fina madera, repujada en sus bordes donde formaban graciosos elementos decorativos vegetales que caían por los laterales; disimuladamente extendió sus brazos sobre aquella obra maestra reconociendo sus formas y, así, pasó un rato, sin que se percatara de que su esposo seguía muerto. Cuando fueron a buscarla costó que reaccionara  y se apartara del precioso ataúd, cayendo en esa admiración todos los que se acercaban y tocaban su cuerpo de fino ébano. Cruzaba

Melchor

S imón se estremeció al oír su nombre, que se alargaba en un susurro sonoro y exótico atravesando el jardín dónde jugaba. Sorprendido, su mirada buscó con curiosidad la fuente de aquellas palabras que se repetían, hasta encontrarlo al otro lado de la valla. Era como se lo imaginaba, con aquel vistoso traje largo de vivos colores y un enorme turbante que realzaba aún más su enorme figura. Ya anochecía, pero pudo contemplar la profundidad de sus ojos negros que resplandecían proyectando una mirada que atravesaba hasta llegar al corazón. “Feliz Navidad”, dijo con una tierna sonrisa que  casi abrazaba, antes de darle al pequeño niño, boquiabierto  e incapaz de reaccionar, una preciosa caja envuelta en un papel brillante de elegantes colores y decorada con una cinta de tela transparente, con brillos dorados y plateados. Su madre enmudeció al ver a su hijo con aquella expresión de inmensa felicidad, sin que tuviera tiempo de preguntarle por el autor de su regalo, mientras el presidente s

Aires de cristal

En los aires de cristal la luz juega en el laberinto y recorre las miradas caprichosas escondiendo su vuelo. En los aires de cristal respiro la luz que quiero la que ilumina mi interior como un pozo vacío y seco de cristales rotos esparcidos sobre la arena del desierto. En los aires de cristal me veo como una botella que naufraga y se hunde ahogándose en el abismo para echar raíces en el fondo. En los aires de cristal me reflejo como el frío tras la ventana cuando la cierra las noches con la vaga esperanza de encontrarme  al amanecer.

Ojos cansados

Con los ojos cansados vas echando raíces en el horizonte con un dolor que pare gotas del recuerdo mientras lloras y maldices las tierras lejanas las que agrietan tu ausencia, como un templo vacío en el que los años se han ido desparramando bajo la sombra que agujerea la conciencia y encadena la huida manchando la tierra de huellas que huyen hiriendo la muerte mientras grita el alma. Y lo lejos se hace infinito y se vuelve sueño, un sueño que adormece desterrando el alma del viajero como una sangre extraña que se va envenenando de nostalgia cuando la ciega mirada  se vuelve olvido y los ojos se duermen desvaneciendo su rabia.

El paraíso

Cuando llegué al paraíso, me pregunté qué dios me trajo hasta aquí si sólo tengo fe en mí, sólo en mi profundo convencimiento de volar hasta lo más alto posible, a costa de de los demás, a los que vi caer al abismo implorándome ayuda,mientras yo los observaba indiferente, convencido de que para existir vencedores tienen que haber muchos más perdedores, y sobre sus cadáveres fundé mi imperio. Y ahora estoy aquí lejos de todo, en esta paz inmensa, en medio de la calidez que me soporta, rodeado de un azul celestial, en el Edén del que tanto oí hablar y que me aseguraban que era el destino del honrado y del trabajador, y no para granujas como yo. ¡Qué equivocados estaban! ¡Qué lejos de la verdad se hallan los ignorantes cuando no quieren ver! Como si yo no me mereciera más estos placeres que otros, incapaces de creer en sí mismos; que aquellos débiles cuyos rezos no le sirvieron de nada, ni su vida ejemplar y sacrificada de verdaderos imbéciles. No, sólo los hombres como yo se han

El volcán

Antes de  que  a alguien se le ocurriera inventar  el telégrafo  y se tendieran miles y miles de kilómetros de cable, uniendo continentes y océanos, como si se tejiera una inmensa tela de araña para atrapar al mundo para siempre; las noticias se tomaban su tiempo para recorrer las distancias, a veces insuperables, otras tardaban semanas,  meses en muchos casos. Las cosas ocurrían cuando tenían que ocurrir, sin prisas, en su momento. Las guerras se hacían en verano y luego se sembraba. Los días eran largos, la vida corta . Y todo ya estaba escrito, sólo había que esperar y morir y resucitar. Cuando escribo estas palabras puedo hacer clic  con el ratón en una pestaña del monitor y saber si ya hay un nuevo gobierno en Grecia o en Italia; si el dictador de un país de África es el mismo de ayer o la OTAN y/o el presidente Obama han puesto a otro; si ya estamos salvados o nos hundimos definitivamente en la crisis económica que nos tiene atenazados; si los hijos de Rajoy se han comido

Decisión

             H abía puesto todas sus cartas sobre la mesa y, ahora, era consciente de que no le quedaba otra opción que vender su alma al diablo. No lo dudó ni un segundo y se propuso huir lo más lejos posible. Rápidamente se subió al coche y en un santiamén se puso en el aeropuerto. Por más que buscó no encontró a nadie que lo mirase a los ojos, justo en el instante en que extrajo la pistola del estuche. No escuchó el ruido ensordecedor, ni percibió como la bala se abría hueco entre sus sesos reventados. Solamente sintió el cálido resplandor que lo acogió, antes que el calor lo penetrara y deformara la sonrisa que acompañaba a sus palabras: “Ya estoy aquí…” Finalmente su mundo se había convertido en un infierno.

Alucinación

       C uando estás ahí, un aire impuro y espeso ahoga todas tus esperanzas; las venas de tu cabeza se te hinchan como si fueran a reventar  y tu piel se tensa y enrojece haciendo más visible la expresión de odio y rabia de tus ojos.     Siempre hay algo que te invita a levantar la vista, como si quisieras agujerear el techo de la cueva, donde te hallas prisionero, para llegar hasta el cielo y suplicar sin amor, sin nada a cambio que ofrecer. Es entonces cuando te das cuenta del vacío que sientes y hasta qué grado te desprecias. –Chacho, colega, déjate de rollos, ¿me vas a comprar las joyas de la vieja, o no? Que te juro que es para comprarme un aipá de esos.  Joo, vaya tela tiene el literato este.

Sin nombre

Tus dedos dibujan letras en su cara, mientras sonríes siguiendo su mirada que se agarra a la vida estéril y seca asiéndose a tu cuello para no caer en el abismo, buscando leche en tus pechos de piel y llanto, encarándose ,malhumorado, a los minúsculos buitres que lo acosan y muerden sus labios y sus ojos mientras él los golpea con su rabia. Escribes sobre su piel nombres impronunciables porque sabes que apenas podrás usarlo ni siquiera para  llamarlo cuando agonice ni siquiera para seguir su rastro. No necesitará mares  para contemplar la belleza, ni frondosos bosques para exaltar el espíritu solo sentirás un suspiro y lágrimas de alegría al recoger el polvoriento mendrugo, un grito de emoción cuando la sed se alivia, Y nosotros nos volveremos ciegos como él para no vernos ni reconocer su olor fétido en los basur eros.

Desayuno familiar

E ra un día nublado, pero en el interior de aquel hogar siempre daba la impresión de  que resplandecía el Sol durante el fin de semana, y que se extendía un cálido ambiente adormecedor. Como todas las mañanas del domingo, la joven pareja se parapetaba, con sus dos hijos, frente al televisor, aún en pijamas y abrigados con numerosas mantas, mientras los pequeños, como dos cachorrillos,  se empujaban  buscando el calor de sus padres, que los abrazaban y acariciaban mientras ellos no paraban de jugar hasta que comenzaban las noticias. Era el programa  preferido de toda la familia, que provocaba que se excitaran nada más oír la música  de cabecera, manteniendo toda su atención y concentración.  Marta  hacía un intento de levantarse para ir a preparar el desayuno, pero sabía que Jose  la retendría para ofrecerse él. No le importaba, le encantaba mirarlos tiernamente desde la cocina, que quedaba abierta al salón por un gran ventanal y a la terraza, desde donde se divisaba el frondoso

Los hombrecillos

D icen que los grandes seres que gobiernan el mundo, a veces, se reúnen en secreto en algún lugar del espeso bosque. Llegan desconfiados y temerosos de que los descubran, recelando de los otros, mostrándose hostiles y agresivos, como si tuvieran miedo. Cuando rebasan la puerta principal, se quitan sus pieles y se descubren, para luego salir del interior de sus titánicos cuerpos unos miserables hombrecillos desnudos, temblorosos y asustadizos, de grandes ojos que sobresalen de sus pálidos rostros enfermizos.  Ya en el interior de la humilde casita de madera, bajan por una larga rampa, moviéndose torpemente, chocando unos contra los otros y emitiendo pequeños gruñidos, como si fuera una manada de ratas desorientadas. En la oscuridad, el silencio parece adormecerlos hasta que se oye la débil voz de uno de ellos, que inicia una especie de plegaria que repiten los demás intermitentemente, provocando un murmullo que se vuelve ensordecedor a medida que rezan cada vez más rápido, casi

Oscurece en Las Palmas de Gran Canaria

Presentación de Oscurece en Edimburgo La primera novela escrita de forma conjunta por 7 autores Jueves, 7 de Julio de 2011, a las 19.30 h. El Corte Inglés (Mesa y López, 15 – 7º planta) Oscurece en Edimburgo ha roto la dinámica de escritura unidireccional, escritor-lector. En dicho acto y como presentación a nivel nacional de la novela, se debatirá sobre la dificultad de escribir una novela por varios autores y la experiencia vivida en el proceso de su escritura. Una novela que nace sin plan de escritura previo, sin personajes definidos y mucho menos sin final. A modo de carrera de relevos. A medida que pasa el tiempo y a medida que avanzan los nuevos sistemas de comunicación, la forma de comunicarse entre lector y escritor avanza también. Se trata de encontrar nuevas maneras de escribir, de trasladar el mensaje y en Oscurece en Edimburgo se ha conseguido. En una novela, el lector se acomoda a la voz que traza un narrador, una voz que, a lo largo de la historia pueda tomar diferen

Oscurece en La Laguna

Nuestros plumigos de Tenerife están en plena faena. Estos días están en La Laguna presentando y firmando ejemplares de "Oscurece en Edimburgo" en la Feria del Libro de La Laguna . Recordemos, además, que Ana Joyanes también presenta su última novela   " Sangre y Fuego" y " Lágrimas mágicas" . Inma Vinuesa y Francisco Concepción completa la expedición, a la que habría que sumar a nuestra compañera Dácil Martín , que no sólo es coautora de la novela sino que también  ha demostrado, -como podemos apreciar en la foto- sus dotes de modelo.

Presentación de "Oscurece en Edimburgo" en El Espacio Cultural de Caja Canarias, Santa Cruz de Tenerife, 26 de mayo.

Oscurece en Edimburgo - Videos en Yippr

Refugio

 Vuelo entre los finos hilos de un sucio azul, que se retuercen sin prisas, secuestrando mi mirada, y lejos de todo me pierdo en la nada, deshaciéndome como el humo que renuncia. Floto en el tiempo suspendido entre una nota y un silencio ajeno a mi imaginación en caída libre al infinito, que me arropa entre sus límites inalcanzables, del que se desprende un brillo hiriente y frío. Es un espacio limpio y vacío lleno de una paz sin preguntas, donde me ahogo sin desesperación y lentamente… me voy dejando, pero siempre es tarde cuando regreso y  siempre pronto para volver.

Vivir

Y cuando haya vivido mil años, cuando haya conocido todos los lugares con sus rincones, cuando haya visto miles de millones de miradas y cuando haya contado todos los colores y los sabores y distinguido todos los perfumes, cuando haya reído tanto de todo lo que se puede reír y cuando haya escrito todos los poemas, entonces,… ya no sabré que mirar ni que vivir y habré querido morir mil veces, todos los días y sabré, entonces, que la vida también es muerte y que los sueños son sueños y que aunque no alcancemos la Luna con nuestras propias manos podemos oler el Universo y sentir su grandeza sin necesidad de devorarla.